Rosario González a través del tiempo

Por Rosa y Encarna Revelles González

Domingo Revelles veía todos los días a Rosario cruzando el río Barbata, saltando de piedra en piedra, como un pájaro, 
y pensaba: “esa zagala tiene que ser mi novia”

La infancia. Sus padres. El colegio

Rosario González González nació el 24 de octubre de 1949, en la casa de la calle Alhóndiga, número 3, cerca del Arco del Santo Cristo. Su madrina fue Rosario, la Rula. A los 9 años hizo la Primera Comunión en la parroquia de Santa María. Durante esos años, su padre las llevaba (a su hermana Antonia y a ella) al cine, a la calle San Cristóbal; allí vio por primera vez una película de Joselito.

Andrés González Lapaz y Felisa González Sanchez

Dormían las dos hermanas pequeñas (Rosario y Antonia) en un cuarto, en una cama grande. Cuando su madre las mandaba a comprar hilo a la tienda de Blas, en la plaza, su madre echaba una gotas de agua en el suelo del portal, y decía:  “Id a comprar el hilo, pero quiero que estéis aquí antes de que se sequen estas gotas de agua”. Su madre las llevaba a misa a primera hora, a las ocho de la mañana: se ponían el vestido del domingo. Cuando terminaba la misa, de vuelta a la casa, a quitarse el vestido para no estropearlo.

Su madre, Felisa, no había podido ir al colegio, y apenas sabía leer, pero les enseñaba a ellas. Les decía que tomaran el libro y que empezaran la lectura: por el tono y la lógica de la frase, sabía perfectamente si se estaban equivocando, y les hacía comenzar de nuevo, hasta que la lectura era fluida y tenía sentido.

Por las mañanas y por las tardes, antes de ir al colegio, las sentaba (una primero y otra después), en sus zapatillas para peinarlas: les alisaba el pelo, les hacías las trenzas. Siempre con tranquilidad y cariño. Los domingos, mientras las peinaba, les contaba historias.

En el patio de la casa de la calle Alhóndiga

Estudió, hasta los 14 años, en el colegio Natalio Rivas, con doña Dora. El verano siguiente estuvo en las monjas dominicas aprendiendo a bordar. Después, fue a casa de la hermana de don Antonio el cura, Diotiva , para aprender a bordar a máquina.

Rosario, Antonia y su prima Consuelo, la hija de la tía Mª Luisa

Adolescencia y juventud. La casa de la calle Alhóndiga

Como siempre iban las dos juntas las dos hermanas les decían las “Santas Benditas”. Sus amigas eran Pili de los Papaos, Eulogia y Juan, la Macileña. Se invitaban en el Hogar del pensionista y en el bar Risicas.

Rosario y su hermana Antonia (dos años menor que ella)

Cuando vivían el calle Alhóndiga, cerca del Arco, sus vecinos eran la turronera, los Pinotos —que eran cinco hermanos— Ángeles la Cordelera, y la tía Josefa, la madre de Felipe el del Bar, que tenía su vivienda en unas habitaciones de la casa número 3 de la calle Alhóndiga.

Allí, en la puerta de su casa, hacían un mercado, iban los hombres del campo, con sus animales para venderlos.

Siempre ha trabajado más que los hombres. Me cuenta que cuando se cocía la cal (dos veces al mes), por las noches, tenían que bajar a las Cuevas, a la tejera, a echarle leña a la calera, y, que, antes de ser de día, se subían a su casa, para que los vecinos no las vieran a su hermana Antonia y a ella (porque las niñas no tenían que trabajar en esos trabajos de hombres). Se pasaban allí dos horas, y , luego, venían sus hermanos y las relevaban.

El Servicio Social. La mujer en la posguerra

Rosario empezó el Servicio Social con 18 años: para demostrar que sabía coser, cocinar y hacer las tareas de la casa; y para demostrar que podía ser apta para los trabajos comunitarios. El Servicio lo hizo allí, al lado de su casa, en el Auxilio Social, durante 6 meses.  Se dividía en dos partes: una teórica y otra práctica, que es la parte donde se desarrollaba la prestación social. Para aprobar esa práctica-curso en la que consistía el Servicio Social, había un tribunal compuesto por las personas de relevancia del pueblo: el alcalde, don Domingo Corbalán, el cura, don Faustino; don Felipe, el médico y la señorita Sole Álvarez, una profesora del Instituto, que formaba parte de la Sección Femenina.

Cuenta Antonia González que un día el maestro del colegio de las Cuevas, don Jesús, que era amigo de su padre, le dijo que Rosario, ya que tenía el Servicio Social, podía entrar a trabajar en el hospital de San Ildefonso, en la palceta Maza, como ayudante de las enfermeras. Pero cuando les explicó en qué consistía el trabajo, consideraron que no era un trabajo adecuado para una muchacha tan joven.

Con 20 años, Rosario se fue a Palma de Mallorca, a trabajar en el hotel Bálmez. Allí estuvo de camarera de piso, y ayudaba en la cocina y la lavandería. En aquel tiempo, le salió un novio cocinero, pero no le gustó: le decía “ahora mandas tú, pero cuando nos casemos, yo seré el que mande en la casa”.

Rosario González en Palma de Mallorca

Domingo Revelles

Cuando Domingo Revelles la vio por primera vez, Rosario iba a llevarle la merienda a sus hermanos a las Cuevas: todos los días pasaba por el río saltando de piedra en piedra. Sin caerse. Al joven Domingo le gustó, y pensó “esa zagala tiene que ser mi novia”.

El puente del río Huéscar (Barbata)
La acequia de Fuencaliente

Luego, cuando ya eran mayorcicas, empezaron a hablarse con sus amigos, que iban a buscarlas a su casa. Mi tío Pepe y mi padre, Domingo, eran muy amigos.

Mi padre me cuenta que, como mi madre no se decidía a que fueran novios, una tarde salieron a tomarse algo y a un baile. Era en una casa en las calle de las Campanas. Mis padres se quedaron los últimos para entrar. Así, mi padre la cogió de la mano y le dijo: “O eres mi novia o te dejo aquí sola en la entrada y me voy”.  Antiguamente estaba muy mal visto que las mujeres entraran solas a un bar, y entones le dijo mi madre: “vale, soy tu novia, pero entramos juntos”.

Domingo Revelles y Rosario González en el parque

Domingo Revelles, que había nacido el 20 de mayo de 1949, vivió en las Cuevas con su familia. Sus padres se dedicaban al campo, y tenían un carro y una burra. Eran seis hermanos, Román, Encarna, Manolo, Carmela, Domingo y Mercedes. Estudió en el colegio de Barrio Nuevo.

Con 18 años, Domingo comenzó el Servicio Militar en Viator, en Almería. Luego estuvo en Granada, en Zapadores.

En el Servicio militar, en Granada

Rosario y su madre, Felisa, fueron a verlo al cuartel, a Granada, y le llevaron una pastilla de turrón y 5 duros que le mandaba la madre de Domingo. El soldado tuvo que saltar la tapia del cuartel para poder ver a su novia.

Durante el tiempo de la mili, se escribían cartas, que tenemos guardadas, en donde aparecen las palabras de cariño, y el «siempre juntos», una y otra vez.

Cuando mi padre se puso novio con mi madre, le dijo: “Yo no tengo nada que ofrecerte de dinero o casas, pero sí que tengo dos manos para trabajar y nunca te va a faltar de nada”.

Se casaron el 27 de agosto de 1973, en la Iglesia de Santa María. Los padrinos de la boda fueron Encarna Revelles (la hermana de Domingo) y su marido, Julián Panocho.

La boda en Santa María, en agosto de 1973

El convite se celebró en el salón de bodas de la calle de las Francesas, donde antes estuvo, durante muchos años, la escuela de don Pascual Dengra. Guisaban allí, para la boda, la Cuca y Felicita. Entre otras cosas, sirvieron conejo frito. Y , de postre pasteles y mistela. Era costumbre entonces, guardar en una servilleta pasteles para llevárselos a los parientes que no habían podido asistir al banquete.

 

La familia Revelles González

De viaje de novios, se fueron a Barcelona, y allí se quedaron, durante un tiempo, a probar suerte. Rosario trabajó en una pescadería y Domingo, de albañil. Sin embargo, no se quedaron mucho tiempo, porque no se sentían bien en la ciudad, y volvieron a Huéscar, de nuevo.

Se fueron a vivir al piso de la Soledad. Al lado, vivieron después mi abuela Felisa y mi abuelo Andrés.

En el piso de La Soledad. José Domingo cumplía un año

Al pasar los años, le compraron a Mercedes Puentes y Paco Laguna, una casa en la calle Jacinto Benavente, que es donde viven actualmente. La casa era de los padres de su cuñado, Carlos Laguna.

Mi madre se dedicaba a las tareas de la casa y a cuidar de sus hijos y de sus padres. Tuvieron cinco hijos: María Encarnación, José Domingo, Rosario, Jesús, y Miguel Ángel. Cuando ya éramos más grandes, mi madre se puso a estudiar y se sacó su carné de conducir y luego aprobó sus oposiciones para la Residencia Rodríguez Penalva.

Trabajó varios años en esta Residencia, y también como asistenta a domicilio. Llevaba todos los papeles de su casa y hacía sus matanzas. Pintaba la casa de noche, mientras sus hijos dormían.

Ella trabajó mucho cosía en la casa trajecillos de muñecos, alpargatas, todo lo que iba saliendo. Mi padre era albañil. Luego, por familia numerosa, les tocó una parcela con un cortijo y tierras en las fincas del IRYDA. Les daban muchas facilidades para pagar. Era un pago al año. Allí, mi padre tuvo ganado de cabras y ovejas, gallinas, conejos, palomas y animales domésticos. Todos trabajábamos en el campo, ayudando a mis padres.

Domingo se compró una máquina de aventar para el grano en la era. Se dedicó a la albañilería y a la agricultura con sus tierras en la finca de IRYDA (Instituto Nacional de Reforma el Desarrollo Agrario). Entre los dos criaron a sus cinco hijos.

La Sagra desde el Cerro del Negro. La finca del IRYDA

Los domingos nos llevaban a misa, y luego íbamos al parque a los columpios, donde nos contaban historias de las figuras de mármol que había en los jardines, también del árbol de los enamorados y de las palomas. De regreso a casa, nos comprábamos unos pasteles de la pastelería Ramón, qué buenos los merengues. Antes del arroz, nos ponían una tapa de berberechos, mejillones, ruletas fritas y palitos de merluza (que nos encantaban), patatas fritas y un vaso de Coca-Cola para cada uno.

Hemos sido muy felices, y somos muy felices. No hemos tenido muchos lujos, pero no nos ha faltado de nada. Lo más importante es que nos enseñaron a respetar, a trabajar, a ser honrados y a amar. Tuvimos una infancia muy bonica. Hoy, me acuerdo de todo y le doy gracias a Dios por los padres que hemos tenido y cómo nos quisieron siempre a todos por igual.

Y gracias a ellos somos quienes somos, por su esfuerzo y su dedicación.

La gran familia de Rosario y Domingo: los Revelles González
Rosario con sus hijas Encarna y Rosa y su nieta Anabel
Con sus hijos Jesús y Encarna
La familia de José Domingo
La familia de Rosa
La familia de Miguel Ángel
Los nietos de Rosario y Domingo
La familia de Anabel

En La Puebla

En La Puebla, delante de la casa de su abuelo, José María González
La casa donde creció Felisa González (la madre de Rosario), y donde crió a sus hermanos

La poesía

Rosa Revelles González

Los emprendedores

Jesús Revelles González (trabajo y aventura)
Arreglando el campanario de Santa María, en Huéscar
Entre Ribadesella y Llanes
El río Sella (Asturias)
Anabel Revelles García
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Jesús, el hijo de Anabel y bisnieto de Rosario y Domingo. En el Cerro del Negro

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