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Un escrito de Félix Rodríguez Romero

Persona es quien ve y nombra. Ver es sentir, nombrar es ser. Lo sagrado es el placer de nombrar a los seres que queremos y hacerlos vivir por el hecho de nombrarlos

25 de junio de 2010. Persona es quien ve y nombra. Ver es sentir, nombrar es ser. Lo sagrado es el placer de nombrar a los seres que queremos y hacerlos vivir por el hecho de nombrarlos. ¡Dolores! madre mía, te nombro para llamarte, para traerte hacia mí y estar contigo. Porque al nombrarte te llamo, porque nombramos las cosas para llamarlas, porque nombramos a las personas para llamarlas, para atraerlas a nosotros. Por eso te nombro constantemente como un loco peregrino que vocifera tu nombre para vivirte y tenerte siempre a su lado. Te nombro, madre, sintiéndome el tajo de humedad que me atraviesa la cara por perderte, aunque sé que estás en mí, que siempre lo estarás.

Fotografía de Ramón Gómez Martínez

   Ver es sentir, desde luego, y para que eso tenga lugar necesitamos mantenernos a cierta distancia. Para darnos cuenta necesitamos movernos y traspasar la piel de las cosas, de las personas; necesitamos cambiar de posición e implicar al propio cuerpo en lo que suceda. Porque la vida tiene que columpiarse para comprenderla. Sin esa experiencia vivencial y directa todo lo que sepamos, todo lo que creamos saber, mejor dicho, será insuficiente por referencial e inauténtico. Estaremos entonces sometidos a los dictados del “se dice”, “se cree”, y nuestra vida habrá sido enmascarada; funcionaremos como un reloj suizo, de una manera inerte, sin percatarnos siquiera de nuestra verdadera existencia, aquella en la que, viendo que podemos escoger de entre muchas posibilidades, no podemos, sin embargo, zafarnos de una: nuestra meta definitiva, la indiferencia vital, la muerte. Esta es la posibilidad que hace que cualquiera otra llegue a ser imposible y se convierta en un proyecto incompleto.

Portada del original francés de L’étranger de Albert Camus

   Ya hace once días que murió mi madre. Cómo me he acordado de aquellas palabras heladas con que empezaba Albert Camus su Extranjero: “Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé”. En estos días ha sido recurrente la idea del momento en que leí aquellas palabras por primera vez, cuando era un joven estudiante. ¡Hace ya tanto! Recuerdo que entonces pensé: “¿Cómo me sentiré cuando suceda la muerte de mi madre, si llego a verla? ¿Me afectará? ¿Estaré preparado para ese momento?” Pero ya veo que no: nadie lo está. Ahora tengo la impresión de haber estado aguardando sin esperanza este hecho fatal y miserable durante toda mi vida y desde que leí aquellas palabras del anodino Meursault. Es como si hubiera agotado al máximo el ámbito de lo posible. Guardaré las horas que compartimos siempre, porque siento que sólo es nuestro lo que perdimos y nuestras son las mujeres que nos dejaron.

Fotografía de la web AE, Asociación Educar para el desarrollo humano

   Amigo lector, nunca pierdas a ese niño que hay en ti y trata siempre de dar solución a tus problemas desde esa mirada. Muévete como lo hace un niño y tendrás a tu disposición la maravillosa industria de las soluciones; porque esto que ahora lees te lo estás diciendo tú a ti mismo y, desde luego, es tan tuyo como mío. Que así lo vio un existencialista italiano: “Comprender no quiere decir penetrar en la intimidad del pensamiento ajeno, sino tan solo traducir en el propio pensamiento la subterránea experiencia en que se funde la propia vida y la ajena”. ¿No es eso, acaso, que mi hombre interior se toca y hasta se une con tu hombre interior, de modo que yo viva en ti y tú en mí?

 En la víspera del día de todos los santos, 1 de noviembre, y de los difuntos, 2 de noviembre. Difuntos, es decir, de los que no están pero son.

(Fragmento del libro Memorias y cuentos del letrado Don Nicolás Arjona Porcunero, págs. 145-146. Amazon Ed./ FRR.)

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