Dedicado a ellas

La vida en Huéscar, a mediados del siglo XX, era absolutamente rural. Mi madre, se dedicaba al cuidado de sus tres hijos y de su marido, así como de todos los animales domésticos que teníamos en casa. Vivíamos en una casa enorme con tres plantas y cámaras en la planta alta.

Todos los años criábamos dos cerdos un gran número de gallinas, conejos y palomas, pero los animales no se criaban solos. Todos los días, mi madre les preparaba la comida, a base de salvado y pan duro, se lo ponía en latas grandes de conservas. Con los huevos, teníamos para el consumo diario, también, las carnes de gallinas, gallos y conejos. Todos los años, mi madre ponía gallinas a criar, nacían, así, nuevos pollitos, lo que para nosotros, que éramos muy pequeños, constituía todo un acontecimiento. Al igual que cuando nacían los pichones de las palomas.

Además de lo expuesto, mi madre nos hacía la comida todos los días y no una cualquiera, era buenísima y laboriosa, de esas que se iniciaban por la mañana temprano para que estuviesen listas a mediodía (ollas, potajes, migas, gachas y todo tipo de guisos en general). Recuerdo especialmente las tortas de carnaval. Los bizcochos, natillas, etc.

Nos confeccionaba los babis para el colegio, limpiaba la casa enorme donde vivíamos, lavaba la ropa de cinco personas, a mano (no existían lavadora, secadora, ni aspiradora ni en general ningún tipo de electrodomésticos, que le pudieran hacer la actividad cotidiana más fácil. Tenía un mérito extraordinario.

Todavía tenía tiempo (no sé cómo) para hacer jabón con el aceite usado, así como para conservar tomate en botellas, lomo en orza, aceitunas que partía y aliñaba con tomillo y otras hierbas y que guardaba en vasijas de barro y que estaban riquísimas. Por si esto no fuese suficiente, hay que añadir los productos de «la matanza»: elaborar chorizos, morcillas, salchichón, butifarra…, que luego se colgaban en las cámaras (en la parte superior de la casa), para proceder a su secado. Los jamones se sazonaban y se colocaban en artesas hasta que se curaban y quedaban listos para su consumo.

Recuerdo que, por fiestas de Navidad, elaboraba mistela y licor de café, que, junto con los dulces típicos de esas Fiestas, (que también se elaboraban en casa), servían para agasajar a los vecinos y amigos que nos visitaban para felicitarnos las Pascuas.

Todas las mujeres de mi familia fueron así: trabajadoras y dedicadas a los suyos y a los que acudíamos a sus casas.

Mi tía Francisca, casada con mi tío José S. López, recuerdo que las veces que iba a su casa, no habías traspasado la puerta, cuando ya tenías la mesa servida para comer, con una rapidez extraordinaria; guisaba de maravilla.

También quiero tener un recuerdo para mi tía Pepa (hermana de mi madre) y que cocinaba estupendamente; confeccionaba artículos de hilo y ganchillo preciosos hasta el final de su vida (falleció a los cien años de edad).

Y, como no, quiero acordarme en este escrito, de mi prima Rosarito, hija de mi tía Pepa, que murió a los cuarenta y ocho años, y que heredó de su madre el arte para la cocina y para las manualidades.

Manolo López Pérez

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