Presentación en la Revista De Lectio
LA SITUACIÓN DE LAS INCLUSAS EN EL SIGLO XVIII. LA ENCUESTA DE 1790
María del Prado de la Fuente Galán
Publicado en la Revista de la UGR: Chronica Nova, 24, 1997, pp. 61-78.
Resumen
De todos los tratadistas que, en el siglo XVIII, escriben sobre expósitos es Antonio de Bilbao el más representativo y relevante, no sólo porque muestra el testimonio más dramático que se ha escrito sobre este tema, sino porque fue quien más contribuyó a despertar la inquietud de los gobernantes por los problemas de estos niños. En 1790, Bilbao, a través de una representación, informa al Consejo de Castilla sobre el estado de los expósitos y denuncia las condiciones miserables que padecen las inclusas del país. El Consejo de Castilla, en este mismo año, promueve una encuesta entre las autoridades eclesiásticas sobre la situación de las casas de expósitos ubicadas en sus diócesis. Los prelados contestaron al Consejo entre 1790 y 1791. En este artículo se analizan las respuestas de los prelados que contestaron a la misma.
Palabras clave: Expósitos (infancia abandonada). Inclusas. Nodrizas. Mortalidad infantil. Legislación sobre expósitos.
Introducción
El tema de los niños expósitos no podía pasar desapercibido en los tiempos de la Ilustración; es más, fue el siglo XVIII el que más tinta derramó sobre el asunto. La inquietud por los duros episodios que, día a día, protagoniza el niño expósito no fue asunto de preocupación de unos cuantos, llega a adquirir entidad propia no sólo como elemento que puede engrosar las filas de una población en aumento, sino como denuncia de un auténtico drama social.
Los poderes públicos y la iglesia contemplan alarmados tanto las elevadas cifras de niños abandonados como las de mortalidad que se registran entre ellos. Es cierto que la mortalidad infantil arroja unos índices muy altos en la demografía de tipo antiguo, pero las proporciones que alcanza entre los expósitos son verdaderamente espeluznantes1.
Los tratadistas del siglo XVIII intentan mostrar, a través de sus obras, la situación que padecen los niños abandonados, el horror al que se había llegado2. Movidos tanto por el interés práctico de repoblar España3 como por los sentimientos de justicia y humanitarismo propios de la Ilustración4, sin olvidar los cristianos5, proponen distintas soluciones para acabar o, al menos, paliar esa lacerante realidad. Junto a estas obras, y desde otras ópticas, hombres conocedores de la situación como B. Ward, Jovellanos y el Conde de Floridablanca plantean distintos remedios que tratan de solucionar tal atrocidad6.
Antonio de Bilbao plantea al Consejo de Castilla la penosa situación de los expósitos a través de su obra7; poco después, en 1790, reitera la denuncia mediante una representación en la que tras exponer brevemente el estado de los expósitos y las condiciones miserables que padecen la inclusas del país, pide una solución8. Bilbao, al igual que en su obra, en esta representación insiste en las “cortísimas rentas” con las que cuentan las inclusas así como en la insuficiencia de centros asistenciales de expósitos, como causas principales de la muerte de estos niños. En la misma, pide al Rey que para solucionar tanto el tema de las rentas como la cuestión del establecimiento de nuevas inclusas, nombre un “Protector de su Real Consejo” para que lleve a cabo una inspección de la situación de las inclusas y establezca los lugares donde se han de establecer nuevos centros9.
El Consejo de Castilla, gracias a Bilbao, tiene noticia detallada “del miserable estado en que se hallan algunas de las casas de niños expósitos establecidas en las Provincias y Diócesis del Reyno, dimanado así de la falta de asistencia como de medios para su lactancia10. El Consejo, “deseando ocurrir oportunamente estos daños tan perjudiciales a la humanidad y al estado”11, dirige, el 6 de marzo de 1790, una circular a los prelados de España para que informaran sobre la situación de las casas de expósitos ubicadas en sus diócesis.
En esta circular se pregunta el número de casas de expósitos que hay en cada diócesis, las rentas con las que cuentan, el número de entradas y salidas de niños y las reformas que podrían llevarse a cabo en cada una de ellas para que satisficieran su misión con mayor eficacia12.
Las respuestas se produjeron en los meses siguientes a la comunicación del Consejo, con las excepciones de los obispos de Cartagena, Huesca y Palencia que lo hacen en 1791. Unos son más explícitos que otros, pero todos coinciden al manifestar la escasez de recursos económicos que padecen para hacer frente a la asistencia de los expósitos, así como en la necesidad de establecer nuevas inclusas en distintos lugares del reino, ya que la conducción de los niños, desde la localidad donde se han abandonado, hasta el lugar donde está ubicada la cuna se hace en condiciones inhumanas, por inhóspitos caminos, por personas no especializadas y sin alimento ni aseo; estas circunstancias hacen que el niño llegue a la casa-cuna en estado agonizante, cuando no muerto.
La situación de las inclusas a finales de siglo
A través de las respuestas de los prelados que contestaron a la encuesta, conocemos la situación de las inclusas a fines del siglo XVIII; la impresión que sacamos es verdaderamente desoladora13.
En Cataluña no había más que dos casas de expósitos, una más antigua, la de Barcelona y otra de reciente fundación, la de Gerona; la primera está unida al Hospital General de Barcelona y la segunda al de Santa Catalina Mártir de Gerona.
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En Andalucía, la inclusa de Cádiz acoge a casi todos los expósitos del Obispado. A pesar de ser un Obispado reducido recibe anualmente 413 expósitos y arroja una mortalidad del 70 por 100 en el quinquenio 1786-1790. El cabildo de canónigos expone en su informe la escasez de amas en la zona, que se debe al corto estipendio que reciben por la crianza de los niños51. También hay una casa de expósitos en el Puerto de Santa María que acoge a los niños abandonados en este lugar y a los de Rota52.
En Estepa, un centro se ocupa de recoger a los expósitos de la zona para conducirlos posteriormente al convento del Santi Espíritus de la ciudad de Osuna. El vicario de Estepa pide que se establezca en su zona una inclusa, ya que en el quinquenio 1786-1790 se han recibido y conducido hasta Osuna 138 expósitos53.
No aparecen en el manuscrito los informes de la existencia y situación de la cuna sevillana. No obstante, conocemos la situación por los trabajos de Álvarez Santaló54. En el año 1558 se constituye la Cofradía y Hermandad de Ntra. Sra. del Amparo a cuyo cargo estuvo la crianza y educación de los niños expósitos. Esta fundación fue administrada y protegida por el Cabildo Catedral y en 1590 se funde con la Hermandad del Santísimo Nombre de Jesús, prevaleciendo la denominación de esta última. En 1627 el cuidado de los expósitos quedó bajo el cuidado del Cabildo y de una nueva hermandad, la del glorioso patriarca San José, a la que se le encomienda el cuidado de los expósitos. En el siglo XVIII la historia de la cuna sevillana “es prácticamente poco más que un largo rosario de quejas, peticiones, forcejeos de los Administradores que, con las rentas deterioradas, se dirigen al municipio en demanda de ayuda”. La mortalidad media de la cuna en el siglo XVIII es del 79,7 por 10055.
En Córdoba, el Obispo informa del miserable estado de los expósitos, tanto de la ciudad como del resto del obispado, generado por la escasez de recursos. En la capital, primero, el Hospital de San Sebastián, después, el de San Jacinto y más tarde la ermita de la Consolación se ocupan de los niños expósitos; las Ordenanzas de 1656 establecen el modo de asistirlos. Algunos años la institución ha recogido hasta 300 niños, si bien en el quinquenio 1786-1790 han entrado 755 criaturas y de ellas han fallecido 402, un 53,2 por 100 56. En Lucena la Cofradía de la Santa Caridad se encarga de la asistencia de niños abandonados; el hermano mayor de la Cofradía, D. Juan Álvarez de Sotomayor, y el administrador exponen el lamentable estado en que viven los expósitos debido a la escasez de rentas. Desde 1780 hasta 1790 la cuna arroja la espeluznante tasa de mortalidad del 83 por 100, pues de las 669 criaturas ingresadas sólo sobrevivieron 11357.
En Málaga la situación es parecida; el obispo comunica al Consejo que en toda la diócesis no hay más que tres centros dedicados a la asistencia de expósitos, situados en las ciudades de Málaga, Ronda y Antequera. Es tan miserable el estado de los expósitos, asegura el obispo, “que de cuatro partes de niños mueren anualmente las tres”. Se lamenta de insuficiencia de recursos económicos para mantener a los pequeños, así como de la carencia de establecimientos dedicados a su asistencia y expone la necesidad de crear inclusas en las ciudades de Vélez, Marbella y Coín y en las villas de Grazalema y Archidona. En la cuna de Málaga mueren 992 criaturas de las 1.301 que ingresan en el quinquenio 1786-1790, el 76,2 por 10058.
De Granada y su provincia el manuscrito sólo da noticia de la situación en la diócesis de Guadix. El obispo de ésta asegura que únicamente existe una cuna en toda la diócesis ubicada en el Hospital General de la ciudad de Guadix. De esta forma, hasta la cuna de este hospital se han de conducir a los expósitos de toda la diócesis. Los niños abandonados en la ciudad de Baza y en la villa de Fiñana se llevan a la inclusa de Guadix con media lactancia, realizada en estos lugares. El Obispo manifiesta la urgencia de fundar una cuna en La Calahorra59, así como la necesidad de que los niños de Fiñana y Baza se conduzcan al hospital de Guadix con la lactancia terminada ya que son insuficientes las rentas para hacer frente a los gastos que supone la crianza de todos los niños que recibe. En el quinquenio 1786-1790 la mortalidad de la cuna accitana alcanza el 65 por 100, pues de las 220 criaturas que entraron fallecen 14360.
El manuscrito no da información alguna de la casa-cuna de la ciudad de Granada. La documentación que hoy custodia el Archivo de la Diputación Provincial nos acerca a aquella realidad. Desde 1753 la inclusa de Granada es una sección más del Hospicio General de la ciudad, sujeto a las Ordenanzas y Constituciones del año 175661. En la cuna trabajan cuatro amas internas que atienden a los expósitos en los primeros días de estancia, hasta la salida de éstos con amas externas. El período de lactancia y destete con las amas externas dura tres años y medio. El salario es verdaderamente bajo, 16 reales mensuales durante la lactancia y 11 en el destete. La tasa de mortalidad es una de las más altas de España: el 80,4 por 100 para el quinquenio 1786-9062.
Para concluir esta visión general nos parece oportuno apartarnos del orden geográfico que hemos seguido y dejar para el final lo que nos parece una verdadera excepción en este desolador panorama: la inclusa de Guadalupe que presenta una tasa de mortalidad verdaderamente baja con respecto a las demás, un 33,8 por 100 para el quinquenio 17861790; mueren tan sólo 27 expósitos de los 80 que ingresaron63. Ubicada en el mismo monasterio de Guadalupe, la crean los monjes jerónimos en el año 1480; desde entonces acoge no sólo a los niños que nacen en el territorio del monasterio, sino también a los procedentes de Talavera de la Reina, de los montes de Toledo, del condado de la Puebla de Alcocer y de otros lugares de los alrededores.
La crianza de los niños dura siete años y está a cargo de los padres limosneros del convento que se encargan de buscar amas de cría sanas a las que les pagan “una fanega de trigo mensual, 4 reales en dinero, un quartillo de aceite y otro de miel y media libra de pan diario en los dos primeros años; en los dos segundos la fanega de trigo y los 4 reales mensuales, y en los tres restantes la fanega de trigo”. Una vez criados vuelven al monasterio donde en las “fábricas establecidas en él, se les enseña a los niños el arte de trabajar la lana y los curtidos, y a las niñas el de la hilaza”64.
Representación de D. Antonio de Bilbao al Consejo, sobre expósitos, 1790, B. N., Ms. 11.267, pp. 47-48
Reacción de los poderes públicos ante esta realidad
Una vez que el Consejo de Castilla tiene noticia del miserable estado de los expósitos y de las inclusas de todo el país, ¿cuál fue la reacción de los poderes públicos ante esta realidad? Pedro Joaquín de Murcia, miembro del Consejo de Castilla y Colector General de Expolios y Vacantes de las mitras del reino, fue el funcionario elegido65 para que, una vez recibidos los informes de los prelados, inspeccionara las inclusas de las distintas diócesis y comunicara al Consejo los lugares en los que era necesaria la creación de casas de expósitos. Con las noticias que consigue P. J. de Murcia en el desempeño de su cargo publica en 1798 una obra sobre la necesidad de Hospicios y casas de expósitos en España66; a través de ésta conocemos tanto el interés que despertó el problema del niño expósito —una vez que se conocieron los desoladores informes de los prelados67— como la actuación de los gobernantes ante este problema.
La reacción fue la legislación de Carlos IV a favor de los expósitos. La primera medida legal, tras los resultados de la encuesta, es el R. D. de 5 de enero de 1794 que legitima a los expósitos68; bien es verdad que esta orden nada hace por mejorar la asistencia y los cuidados de los expósitos pero manifiesta ya un auténtico cambio de mentalidad por parte de la Corona. La gran solución, al menos en teoría, tiene lugar con el R. D. de 11 de diciembre de 1796 que ordena la policía de expósitos por la que “quedan atendidos y defendidos los intereses de la conservación de sus vidas y de sus legítimos derechos”. Este R. D. intenta poner remedio a la cantidad de muertes que se producen en las conducciones de niños, desde los pueblos en los que son abandonados hasta las cunas de las capitales más cercanas. Para ello, ordena que no se saque a ningún expósito de su correspondiente diócesis y que los territorios de éstas se dividieran en demarcaciones y partidos de seis o siete leguas; cada una de estas demarcaciones “se señale por Caxa, ó Cuna”. El párroco, u otra persona eclesiástica, de cada uno de estos partidos se ha de encargar de buscar las amas de cría necesarias, pagarles, darles la ropa que precisen los expósitos y, en definitiva, satisfacer todos las necesidades y los gastos que surjan de la asistencia de los niños de cada lugar. El R. D. ordena, además, que en cada diócesis, atendiendo a su extensión, se establezcan las casas de expósitos que sean necesarias, de tal forma que éstas no disten más de doce o catorce leguas de una Casa principal de expósitos, es decir, la ubicada en la capital de la diócesis69.
Según asegura Murcia, desde la publicación tanto de este R. D. como del anterior, el de 1794 que legitima a los expósitos, se conoce mucho mejor la situación que padecen estas criaturas; este conocimiento ha motivado a muchas personas a donar, en sus testamentos, importantes legados a las casas de expósitos porque, gracias a estas disposiciones legales, se les ha dado a conocer a “algunas personas piadosas” la prelación que han de tener los expósitos en sus disposiciones caritativas .
En lo que concierne al establecimiento de nuevas inclusas, en 1798 se comienza a construir una en Calahorra, necesaria en una diócesis tan extensa que, obligatoriamente, tenía que trasladar a los expósitos a Zaragoza7 . También, tras el R. D. de 1798, se crean casas de expósitos en otras ciudades de España: en Palma de Mallorca en 1798 por D. Bernardo Noval y Crespi, Obispo de la diócesis; en Pamplona en 1803 por el obispo de la diócesis, D. Joaquín Xavier Uriz; por último, la de La Coruña que, a pesar de la desastrosa situación de los expósitos gallegos, no se crea hasta 184472.
Otra actuación gubernamental, dice Murcia, fue conceder “varias consignaciones perpetuas” para el alimento de los expósitos de las inclusas de Madrid, Sevilla, Málaga, Écija, Osuna, Plasencia, Cáceres, Lucena, Jaén, Úbeda, Baeza, Andújar, Calahorra, Santander, Jaca, Aguilar de la Frontera y La Coruña73.
Importantes logros; no extraña, por tanto, que todo ello lleve a Godoy a jactarse en sus memorias de la política gubernamental realizada a favor de los expósitos74. Sin embargo, y a pesar de todas estas reformas, los intentos que trataron de mejorar la situación del niño expósito revelaron un interés más teórico que real; el problema de la población expósita sigue latente en el siglo XIX y la situación que ésta vive es igual o, al menos, parecida a la del siglo ilustrado. Podemos concluir como empezamos; el panorama no cambia ni tampoco lo hace, tras las medidas —magníficas sobre el papel— adoptadas por el gobierno de Godoy.
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Artículo completo
María del Prado de la Fuente Galán.
Revista Chronica Nova, 24 (1997).