La función crítica de la interpretación literaria. Una perspectiva hermenéutica


LA FUNCIÓN CRÍTICA DE LA INTERPRETACIÓN LITERARIA. UNA PERSPECTIVA HERMENÉUTICA

Sultana WAHNÓN

(Universidad de Granada)

Sociocriticism 2011 – Vol. XXVI, 1 y 2

Palabras clave: Crítica ideológica, estudios culturales, literariedad, estructura­lismo, hermenéutica, sociocrítica.

Resumen: Los actuales enfoques culturales y discursivos de la Teoría estarían teniendo dos consecuencias importantes: el descuido de la especificidad artístico-literaria y la reaparición de una crítica manifiestamente ideológica. En este artículo sostengo que estos cambios pueden retrotraer a los estudios literarios al estado en que se encontraban antes precisamente de la implantación de la teoría literaria como disciplina diferenciada. Propongo, pues, una recuperación de las tesis cen­trales del estructuralismo literario, si bien revisadas a la luz de la hermenéutica y del post-estructuralismo. La tesis central de este trabajo es que una hermenéutica literaria con intenciones sociocríticas no puede prescindir de las ideas estructura-listas de “literariedad” y de “análisis inmanente”. El proyecto de abordar la obra literaria como un discurso ideológico, que caracteriza a la actual crítica cultural, es por eso contestado en esta contribución mediante la exposición de los principios y presupuestos de lo que llamo una hermenéutica constructiva.


(Fragmentos)

Desde mediados de los noventa han tenido lugar importantes transformaciones en el ámbito de la teoría literaria y, en general, de los estudios literarios, que si bien en un primer momento, el de la polémica con Harold Bloom, parecían confinadas en el mundo anglosajón, han acabado extendiéndose hasta alcanzar una dimen­sión internacional, incluyendo por supuesto a las universidades españolas, donde sus efectos son ya bastante visibles. El actual auge del enfoque llamado “cultural”, con lo que esto conlleva de desplazamiento o incluso sustitución del objeto “literatura” por los alternativos “cultura” o “discurso”, está conllevando un retorno a posiciones teóricas que, como antes precisamente de que la teoría de la literatura se implantara como disciplina, vuelven a perder de vista la especificidad artística o estética de lo literario. El primer indicio de esto es que se tiende a equiparar el tratamiento que ha de darse a la literatura y al resto de los productos culturales o discursivos, bien sea por el mecanismo de aplicar las metodologías de análisis literario a estos últimos; bien, a la inversa, por el de abordar y analizar los textos literarios valiéndose de las metodologías generales de análisis del discurso. Por otro lado, crece la frecuencia con que todo este conjunto de discursos así indiferenciados, dentro del que se incluyen los literarios, se convierte en el objeto (a veces solo pretexto) de un modo de leer confesadamente pragmático en el sentido de más orientado a la utilización del texto para fines previos, bien teórico-filosóficos, bien políticos, que a acceder de la manera más objetiva posible a su sentido, sea éste cual sea.

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Se ve, entonces, que la crítica estructural, tal como la cultiva­ron Jakobson o Barthes (o más aún Lotman o Rastier), lejos de ser incompatible con los posibles contenidos críticos de los textos literarios, se nos revela más bien como un método muy apto para descubrir algunos de esos contenidos, incluyendo los nunca explo­rados de las obras más clásicas y canónicas. Habría, pues, motivos más que fundados no solo para seguir considerándolo un método eficaz de interpretación literaria, sino sobre todo para tenerlo por imprescindible en una hermenéutica literaria que se siga queriendo mínimamente objetiva (sin perjuicio del papel que la subjetividad desempeña necesariamente en ella), en lugar de claramente prejuiciosa y politizada. Tal como sostuvieron los estructuralistas de los años sesenta, el análisis inmanente que sitúa el objeto de la comprensión en el texto mismo en lugar de buscarlo enseguida “fuera del texto” contribuiría a preservar a la crítica literaria del riesgo de la arbitrariedad más absoluta, sin devolverle por eso la “ilusión” nada científica de la perfecta objetividad. No fue otra la convicción que llevó precisamente a un gran amigo de los estructuralistas franceses, el filósofo Paul Ricoeur, a incorporar los métodos estructuralistas de análisis literario en su propia y más integradora metodología herme­néutica (la de la llamada hermenéutica del texto), convirtiéndolos ya de forma explícita en una de las dos fases, la explicativa, del “proceso de la interpretación”, cuya otra fase o momento, la sintética, hizo corresponder en cambio con la comprensión propiamente dicha del texto literario (v. Ricoeur, 1976: 83).

En la hermenéutica estructural de Ricoeur, que también aspira­ba al máximo de objetividad posible (v. p. 103), no se decía, sin embargo, que el análisis-explicación tuviera que preceder a la com­prensión mediante la eliminación de cualquier hipótesis previa sobre la relación entre la obra y su afuera —propuesta estructuralista tout court. Mejorando, como ya he avanzado, la descripción del método, lo que Ricoeur dijo fue que ambas, comprensión y explicación, se requieren y alternan a lo largo de todo un proceso en el que esas hipótesis previas o prejuicios no desempeñarían solo una función negativa impidiéndonos acceder al verdadero sentido de la obra, sino también —y como había reivindicado Gadamer— otra positiva: la de permitirnos comenzar el análisis por algún sitio, a manera pre­cisamente de pre-comprensión o de entrada en el círculo. Desde este punto de vista, el “primer paso” del proceso interpretativo sería por lo general una pre-comprensión o, como Ricoeur también la llamaba, una comprensión “primera” e “ingenua” (p. 86). a este primer paso le seguiría —si es que verdaderamente pasamos de la mera lectura a la tarea interpretativa— un segundo paso, consistente ya en el análisis-explicación, por el que dicha pre-comprensión se iría poniendo a prueba en el texto y, por lo mismo, modificándose y dando lugar a nuevas y cada vez más complejas comprensiones, que obligarían a su vez a nuevos y cada vez más complejos análisis, hasta alcanzar, en los mejores casos, la clase de comprensión que Ricoeur llamó “profunda” (p. 99) y que describió como “un modo complejo de comprensión, al estar apoyada por procedimientos explicativos” (p. 86). En palabras del autor:

Si […] consideramos el análisis estructural como una etapa —si bien una necesaria— entre una interpretación ingenua y una analítica, entre una interpretación superficial y una profunda, entonces sería posible ubicar la explicación y la comprensión en dos diferentes etapas de un único arco hermenéutico. (p. 99).


Perfil de Sulatna Wahnón el la Revista De-Lectio.