Había profesores de la localidad, como don Rafael Díaz, don Joaquín de la Rosa, por supuesto, doña Mercedes de Abajo -que, sin ser de Huéscar, en la práctica, lo era- y doña Paquita, doña Cayetana Álvarez y su hermana, la señorita Sole. Pero también teníamos profesores que habían llegado con traslado y que se quedaron mucho tiempo, como la señorita Mª Dolores Rodríguez, de exquisita cultura y educación literaria, don José Arenas, con su historia del arte, la señorita Mª Ángeles Nieto, de Lengua y Literatura, que llegó de las primeras, y quien, sin embargo, se quedó en Huéscar porque echó raíces. También se quedó Rafael María Salido, el atento y sobresaliente profesor de Latín, que, en realidad, era un historiador de pro y un educador vocacionado, y el profesor de Dibujo, don Manuel Fernández Santaella. Don Manuel Gallardo venía todos los días desde Galera, año tras año, con su Dos caballos y su Biblia y sus conocimientos abiertos del mundo contemporáneo. Otros profesores estuvieron algunos años: José Manuel, mi admirado profesor de Lengua, la profesora de Economía, la profesora de Ciencias Naturales, Ana Rosa. Todos nos educaron, nos instruyeron y nos formaron como personas, firmes y flexibles, como los árboles que acogen.

Don Rafael Díaz Jiménez y don Joaquín de la Rosa eran el alma de las ciencias experimentales y teóricas en el Instituto de Huéscar, aunque estudiaras ciencias por ellos, aun siendo una futura profesora de Lengua y Literatura, como fue mi caso. Don Rafael Díaz, desde el primer día de la inauguración del centro, hasta cuando comenzó nuestra cualidad elegante de “bachilleres superiores” (en octubre del 74), hasta siempre, fue un tutor -aunque entonces, todavía, no existiera esa función, formalmente. En cada una de las hojas que recogíamos en el parque de los distintos árboles -normales y fuertes unos, exóticos y majestuosos, otros- se quedó impresa (como en el bloc que las guardamos) la huella de aquellos recuerdos que ahora son vida.

Doña Paquita Bustos y doña Mercedes de Abajo eran las columnas del centro, tanto si te gustaban las matemáticas como si amabas la historia, las tenías a ellas para animarte con el “coser y cantar” después de conseguir plantear bien el problema o para seguir el hilo de la historia para comprender las causas y las consecuencias.

Para la renovadora enseñanza de la literatura, incluida la Generación del 27 -ya en aquellos años 70- con su amplio bagaje cultural y expresivo, contábamos con la señorita Mª Dolores, un gran regalo encima de los tacones bajos y su amplia elegancia comunicativa. Nos recitaba de memoria el “Qué alegría vivir sintiéndose vivido” de Pedro Salinas, de tal manera que aún puedo sentir llenas de confianza sus palabras y retomar el contenido esperanzador de que nos “vive otro ser por detrás de la no muerte”. [1]

[1]

LAGUNA GONZÁLEZ, M. “Recuerdos de mi instituto de Huéscar”. Revista De Lectio, 6 (2020), edición on-line.

Doña Mercedes de Abajo, 1965

D. Rafael Díaz, 1965

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