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Historia y Educación. ISSN: 2445-0316     

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El Colegio de niñas huérfanas de Granada en el siglo XVIII

Mercedes Laguna 9 de septiembre de 2025
niñas-huérf

La oscense Mª del Prado de la Fuente Galán, profesora de Historia Moderna en la Universidad de Granada, publicó en 1999 este artículo sobre el Colegio de niñas huérfanas de Granada, que estuvo en funcionamiento en la segunda mitad del siglo XVIII.

APROXIMACIÓN A UNA INSTITUCIÓN DOCENTE FEMENINA: EL COLEGIO DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN DE NIÑAS HUÉRFANAS DE GRANADA (1753-1800)

Mª del Prado de la Fuente Galán. Chronica Nova, 26, 1999, 129-143.

ResumenIntroducciónUbicación
El gobierno del ColegioEl sostenimiento del C.Las enseñanzas del C.
Artículo completo

Aunque el Colegio de niñas huérfanas de la Purísima Concepción se trasladó en 1811 al edificio del antiguo convento de Santa Inés, presentamos unas imágenes del Real Hospicio de las primeras décadas del siglo XX, con el fin de ofrecer un entorno gráfico que nos pueda aproximar al ambiente propio del Colegio.


Resumen

En 1753 se crea en Granada el Colegio de la Purísima Concepción de niñas huérfanas desamparadas, una institución que, bajo el gobierno del Real Hospicio, acoge a las niñas huérfanas que andaban errantes por las calles granadinas.

Para evitar los graves perjuicios tanto físicos como espirituales que podían sobre­venir a estas huérfanas desamparadas, el Colegio de la Purísima Concepción lleva a cabo la encomiable labor de recogerlas y, una vez allí, las Madres Beatas que lo regentan se encargan de educar a las niñas, a quienes instruían la doctrina cristiana, y ejercitaban en la oración, al mismo tiempo que les enseñaban las primeras letras y las adiestraban en aquellas habilidades que les podían ser más provechosas para cuando tomasen estado, o salieran a servir.

Palabras clave: Siglo XVIII. Beneficencia. Huérfanas. Escuela de primeras letras.

 

Hospital Real de Granada. Sede del Real Hospicio desde 1753. Fotografía de Jl FilpoC

Introducción

En 1753 se crea en Granada el Real Hospicio, una institución que, además de recoger a los pobres, socorre a los enfermos, los niños expósitos, los muchachos huérfanos y las prostitutas, a través de una serie de fundaciones (unas ya existentes, otras de nueva creación) que reúne bajo su gobierno1.

Una de las fundaciones de nueva creación es el Colegio de la Purísima Concepción de niñas huérfanas desamparadas, establecimiento que, bajo el gobierno del flamante Hospicio, pretende responder a uno de sus loables propósitos: el amparo de las niñas huérfanas que andaban errantes por las calles granadinas. Para evitar los graves perjuicios tanto físicos como espirituales que podían sobrevenir a estas huérfanas des­amparadas, el Colegio de la Purísima Concepción tiene el cometido de recogerlas y, una vez allí, enseñarles a leer, a escribir y el catecismo, y adiestrarlas en aquellas habilidades que les podían ser más provechosas para cuando tomasen estado, o salieran a servir. Las Reales Constitucio­nes y Ordenanzas del Real Hospicio y de sus agregados son explícitas a la hora de señalar las finalidades que tiene el Colegio, “habiéndose reconocido en la Ciudad de Granada se halla mucho número de niñas abandonadas y perdidas, huérfanas de padre y madre, del todo destituidas, experimentándose en las más de ellas su extrabío y perdizión, para evitar tantos daños y socorrer necesidades que tan de justicia piden su remedio, se fundará y establecerá un Collegio o Seminario de niñas huérfanas y abandonadas donde se recojan, mantengan, y enseñen todas las que se hallaren de esta calidad y se le dará el título de la Concep­ción”2.

Nota: las notas a pie de página señaladas se pueden leer en el artículo completo. Descarga abajo.


La ubicación del Colegio

Se puede leer en el artículo completo. Descarga abajo.


Las niñas aprendiendo a coser en las galerías del Real Hospicio. Hacia 1925. Fotografía del Archivo de la Diputación de Granada

El gobierno del Colegio

La dirección del Colegio queda en manos de ocho de las veinticua­tro Madres Beatas que regentan el Beaterío de Santa María Egipcíaca18. A través de una selección, la Junta Mayor elige a las ocho Madres que conducirán el Colegio, y tiene claro que han de ser “aquellas que han manifestado más amor y celo”19. Una vez elegidas, la más antigua de las ocho gozará de la condición de superiora20. Las necesidades del Colegio crecieron y en 1764 las autoridades del Hospicio aumentan el número de las Madres Beatas hasta diez21.

Mientras, el Real Hospicio ejerce el control sobre el Colegio de huérfanas a través de un rector que elige la Junta Mayor; un control que deja pocas alternativas a las Madres Beatas, pues las competencias que tiene este rector en el Colegio trascienden a todos los ámbitos. Así lo disponen las autoridades de la Real institución, “que la Madre Rectora (del Colegio) y demás Madres le pongan en posesión (al rector) en todos los asuntos y cosas que pertenecen al gobierno económico, temporal y espiritual y las Madres se arreglen a sus disposiciones y hasta en las compras de lo preciso para el consumo de ambas casas estén de acuer­do, conformándose con lo que en razón de todo se determinase y dispusiese por dicho rector”22.

Desde la creación del Colegio y hasta 1764, el rector del estableci­miento de las huérfanas lo es también del Beaterío de Santa María Egipcíaca. El primer rector, D. Juan del Rincón, ocupa el cargo desde 1753 hasta 1758, año en que tiene que dejar el empleo aquejado de una enfermedad mental. La falta de candidatos, ante la urgencia de esta situación, obliga a las autoridades del R. Hospicio a cubrir el cargo interinamente por el rector del Seminario de niños de la Providencia, D. Diego Burruezo23. Poco después, en agosto de 1759, la Junta acuerda nombrar como rector del Colegio y del Beaterío a D. Vicente de Zafra, clérigo y presbítero de Granada24. Tras la muerte de de Zafra, en no­viembre de 176425, la Junta Mayor, en su sesión del veintitrés de noviembre, decide separar el cargo en dos rectorados independientes —uno para el Colegio, otro para el Beaterío— y en la misma sesión elige a D. Francisco Abuin de Figueredo, cura de la parroquia de San Bartolomé, para ocupar el rectorado del Colegio de la Concepción, y a D. Manuel Torrecilla, presbítero de Granada, para el del Beaterío26; ambos percibirán por este empleo cien ducados anuales27.

Para llevar a cabo los buenos propósitos del Colegio de huérfanas, las autoridades del Real Hospicio cuentan, además, con la cooperación de las autoridades eclesiásticas granadinas. La fundación del Colegio es una decisión que llena de satisfacción al arzobispo de Granada, D. Onésimo de Salamanca, que no duda en manifestar su apoyo y colabo­ración en los propósitos del establecimiento; así lo declara en la carta que el ocho de diciembre de 1753 envía al presidente de la Chancillería, D. Manuel Arredondo Carmona: “la disposición de poner a las niñas huérfanas en un seminario de educación bajo el título de la Purísima Concepción de Nuestra Señora es un pensamiento que me ha sido gratísimo; y quedando a mi cuidado el encargo de los párrocos de esta ciudad para que en sus respectivas parrochias averigüen los niños y las niñas que hubieren de ambos sexos expósitos, huérfanos o desatendidos de sus padres para una crianza Christiana (de que en Granada juzgo con dolor bien grande) y que hecho den noticia de los que hallaren a fin de que se les pueda destinar para su probecho y no poca utilidad del público a la escuela correspondiente a su sexo, me repito con el mayor afecto a V.S. con quien mi provisor tratará lo que ocurra en estos asumptos ”28.

Nota: las notas a pie de página señaladas se pueden leer en el artículo completo. Descarga abajo.


El sostenimiento del Colegio

Se puede leer en el artículo completo. Descarga abajo.

Las niñas aprendiendo a coser a máquina y a bordar en el Real Hospicio. Hacia 1920. Fotografía del Archivo de la Diputación de Granada

Las enseñanzas del Colegio. El futuro de las colegialas

El Colegio de la Purísima Concepción admite hasta un máximo de cien niñas huérfanas desamparadas47, tanto de Granada como de los pueblos de alrededor (a éstas últimas sin traba alguna)48, con edades comprendidas entre los seis y los trece años, y en él permanecen hasta su “combenienzia y acomodo”49. En ningún caso el Colegio permite la entrada a niñas mayores de trece años, porque considera que es una edad más que suficiente para haber adquirido en la calle hábitos inde­seables que pueden perjudicar la inocencia de las colegialas ya recogi­das en este centro50.

El establecimiento de la Concepción es una escuela de primeras letras en donde las huérfanas recogidas aprenden a leer, a escribir y el catecismo51. El Colegio pretende la alfabetización y la formación reli­giosa generalizada de sus recogidas, sin olvidar el aprendizaje de aque­llas tareas que son imprescindibles para su futuro. De acuerdo con esto, las ocho Madres Beatas que lo regentan se encargan de educar a las niñas, a quienes instruyen la doctrina cristiana, y ejercitan en la oración, al mismo tiempo que les enseñan las primeras letras y las adiestran en aquellas habilidades peculiares que les pueden ser más provechosas para cuando tomen estado, o salieran a servir52: labores, cocina, lavadero, limpieza53.

El Colegio desarrolla su andadura en un siglo en el que la educación es clave54, en una época de invectivas de los pensadores contra la ignorancia, fuente de todos los males. Estos, en sus escritos y sus discursos manifiestan el deseo apasionado de desterrar para siempre a esa terrible enemiga, y celebran con entusiasmo los beneficios de la cultura y del saber55. Piensan que “la felicidad, y no hay categoría más elevada que ésta para los hombres de la segunda mitad del siglo XVIII, de un pueblo depende de “su” educación”56. Una educación que “debe ser diferente para las distintas categorías sociales según el lugar y, por consiguiente, el saber que tienen asignado, por múltiples razones, en su formación social”57.

El Colegio conoce “la categoría social” de sus alumnas que será la misma, una vez instruidas. Por ello, las enseñanzas que imparte el Colegio son las más útiles para los empleos que las huérfanas están destinadas a desempeñar. Así, además de aquellos principios de la educación comunes a todos los individuos tales como la alfabetización, la formación religiosa y “el orden público”58, el Colegio procura a las colegialas el aprendizaje de las tareas que son propias y patrimoniales de las mujeres; no de todas las mujeres, sólo de aquellas que pertenecen a la categoría social de las huérfanas recogidas: lavar, limpiar, cocinar y hacer labores —bordados, hilado, calcetería—59. Ésta es, en definitiva, “la educación de la mano de obra popular”, en este caso de la femeni­na60; una educación que está perfectamente ajustada a la condición y al lugar que las huérfanas de la Concepción tienen en la sociedad: la mayoría serán unas excelentes sirvientas, y las menos, las que consigan un marido a pesar de su escasa dote61, unas abnegadas esposas y ma­dres; y todas ellas buenas cristianas.

Con esta instrucción, dirigida a un futuro atado a pucheros, cacero­las y ropas de niños, es indudable que ninguna de las huérfanas de la Concepción hizo historia62; ni siquiera sabemos si llegaron a desterrar de sus vidas la ignorancia. No obstante, fue suficiente (y en casos demasiado) rescatar de la calle a unas pobres desamparadas —muchas de ellas expósitas—, condenadas cuando menos a la mendicidad y la rapiña, alejarlas de la vida ociosa y facilitarles el acceso a un nivel educacional que, al menos, les da la oportunidad de convertirse en ciudadanas útiles, a través de unas enseñanzas que les proporciona la formación necesaria para desarrollar una ocupación digna. Todo lo que enseña el Colegio y aprenden las colegialas es provechoso para la sociedad; y esto es lo que, en última instancia, persiguen los propósitos del establecimiento de las huérfanas.

Buena prueba de ello es que, a menudo, los vecinos de la ciudad de Granada y de su provincia llaman a la puerta del Colegio para solicitar los servicios —suponemos que domésticos— de las colegialas ya edu­cadas e instuidas. Así lo hizo el presbítero de Guadix, D. Gregorio de Vera, que en 1758 solicitó “para tener consigo a Josepha Leal de diez y seis años”; también D. Felipe Lechuga Platero, vecino de Granada, “que pide a Antonia Gerónima de quince años para servir en su casa”; y D. Alonso de la Puerta, “procurador de esta ciudad que solicita a María Blasa Martín de diez y seis” para la misma ocupación que la anterior63. Más suerte corrió la huérfana Antonia Rosalía que sale del Colegio el 9 de agosto de 1788, para servir en la casa de Dª Josefa Curiel, si bien ésta antes de sacar a la huérfana promete, al menos sobre el papel, “doctrinarla y darla dote, para que a su tiempo tome estado”64. La formación de la huérfana Nicolasa de la Concepción no agradó a los señores que le asignaron las Madres Beatas el 19 de mayo de 1787; la saca del Colegio D. Fernando Guiral para que “sirviese y asistiese a su mujer, Da María Teresa Salazar”, y a los tres días la devuelve al Colegio “porque no le acomodó a la Sra.” Tan curioso como sorprendente resulta el caso de la colegiala Bernarda Cano que sale del Colegio nada menos que tres veces; la primera, el 5 de mayo de 1779 para servir en casa de D. Segundo de Pineda, vecino de Granada; pasados unos meses, en septiembre, D. Segundo la devuelve al centro. En marzo de 1781 sale de nuevo, esta vez con su tía y con ella permanece menos tiempo aun que en la casa anterior, pues en Junio la devuelve al establecimiento. Finalmente, la colegiala consigue dejar el Colegio en junio de 1783, esta vez con un destino diferente y para no volver; el fin de su salida es contraer matrimonio “con Matheo José Muñoz”65.

Ante estas solicitudes, y todas las demás referentes a esta cuestión, presentadas por los vecinos de Granada en el Real Hospicio, las auto­ridades de la Junta Mayor no ponen impedimento alguno aunque, eso sí, averiguan la identidad de los solicitantes66 y exigen, al menos en teoría, que las salidas y los destinos de las huérfanas queden registrados for­malmente en la contaduría del Real Hospicio67. No obstante, lo que se debía hacer era una cuestión y lo que se hizo en la práctica era otra; en más de una ocasión reinó la anarquía en este asunto, y en otras tantas la Junta tuvo que recordar “que en adelante no se adopten niñas algunas del Colegio sin expresa providencia y licencia del Sr. Superintendente del Real Hospicio”68.

Nota: las notas a pie de página señaladas se pueden leer en el artículo completo. Descarga abajo.


Ancianos del Asilo del Hospicio hacia 1930. Fotografía del Archivo de la Diputación de Granada

Artículo completo. Revista Chronica Nova:

APROXIMACIÓN A UNA INSTITUCIÓN DOCENTE FEMENINA: EL COLEGIO DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN DE NIÑAS HUÉRFANAS DE GRANADA (1753-1800)

Mª del Prado de la Fuente Galán.

Chronica Nova, 26, 1999, 129-143.

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