Artículo:

Para el rey nuestro señor… Fernando el Católico, el conde de Tendilla
y la cultura de su tiempo
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Juan Manuel MARTÍN GARCÍA Universidad de Granada

Íñigo de Mendoza, II conde de Tendilla

Resumen: Íñigo López de Mendoza, II conde de Tendilla, primer capitán general del Reino de Granada y primer alcaide de la Alhambra fue uno de los aliados más fieles del rey Fernando el Católico. Su servicio a la corona se tradujo en una participación activa en la Guerra de Granada, en su extraordinaria misión como embajador de los Reyes Católicos ante la Santa Sede y como agente y promotor de obras relacionadas con el mecenazgo real. En este artículo se estudia ese vínculo a través del papel que representa su interesante registro de correspondencia que, además de su valor como testimonio de una época, constituye un ejemplo muy acabado de la literatura epistolar del Renacimiento.

Palabras Clave: Fernando el Católico, Íñigo López de Mendoza, literatura epistolar, Renacimiento, mecenazgo.

Un noble humanista en la corte de los Reyes Católicos

Algún tiempo después de la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Don Íñigo López de Mendoza, concretamente en 1917 y 1918, se publicaba en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones un interesante trabajo con el título “El brote del Renacimiento en los monumentos españoles y los Mendoza del siglo XV”. En él, Elías Tormo, autor de este artículo publicado en varias entregas, afirmaba lo siguiente:

“El conde de Tendilla fue acaso el mejor general de la guerra de Granada (aun entrando en rivalidad con el Gran Capitán), acaso el más glorioso embajador a Italia del Rey Católico (desde luego el más famoso), acaso el mejor político organizador (primer Capitán general de Granada durante veintitrés años), y, sobre todo ello, el magnate español más humanista y más protector de humanistas, y el inspirador primero del Renacimiento entre nosotros, ¡qué así somos de olvidadizos en España!”1.

Su humanismo lo sitúa como iniciador de un fenómeno que alcanzaría sus resultados más extraordinarios a mediados del siglo XVI. En su caso no es posible olvidar que existe una fuerte tradición familiar que en él adquiere una importancia singular. Hijo, nieto y sobrino de tres destacados miembros de la familia Mendoza de los que recibe una influencia que será decisiva en la conformación de su propia forma de ser. Fue su abuelo el marqués de Santillana, ilustre de las letras castellanas y destacado protector de artistas y humanistas de su tiempo. Su tío, al que sus contemporáneos conocían como “el tercer rey de España”, fue Pedro González de Mendoza. Uno y otro habían reunido algunas de las bibliotecas más importantes de su época y así lo han venido a demostrar los estudios que sobre ellas han realizado algunos especialistas2. Y de su padre, también llamado don Íñigo López de Mendoza, se llegó a decir que destacó:

“por lo claro de su inteligencia, así como la esmerada instrucción recibida, pues gustó mucho de adoctrinarse con el estudio del latín, el de los autores clásicos y de la Filosofía, hasta poseer envidiable cultura que le sirvió de mucho para brillar en aquella corte de Juan II tan dada a las manifestaciones de la intelectualidad y para desempeñar con acierto y desenvoltura difíciles misiones diplomáticas”3.

Entre los rasgos que contribuyen a dibujar el perfil más humanista del conde de Tendilla se encuentra, en primer lugar, su afición por la lectura4. Iniciado en ella desde su más temprana infancia, pues así lo recoge uno de sus primeros biógrafos5, debió acompañarle también a lo largo de las campañas militares en las que participó durante la guerra de Granada y, sobre todo, en su embajada italiana6, donde adquirió para su biblioteca algunos ejemplares de códices y manuscritos como la Historia de Bohemia o la comedia latina Syrus escrita por el humanista Domenico Crispo Ramusio. Su afición por la lectura no se agotó ni con el final de la guerra de Granada ni tras su regreso de Italia, más bien todo lo contrario. Instalado en la ciudad de la Alhambra, donde permaneció hasta su muerte, acude constantemente a ella y será, en muchas ocasiones, su principal conexión con el mundo que le rodea. En este sentido, casi al final de su vida, le escribe al obispo de Málaga en septiembre de 1513 y le dice “mi pasatiempo es agora leer y escrevir”7. Precisamente, en su caso, no sólo hay un gusto por los libros, tiene también como afirmó José Szmolka, “aunque modesto, un papel activo”8.

Sea lo primero de ese papel su interesante registro de correspondencia9 que, además de su valor como testimonio y documento de una época, lo tiene también como ejemplo muy acabado de la literatura epistolar del Renacimiento. Objeto de estudio desde las primeras décadas del siglo XX por historiadores como Antonio Paz y Meliá, Manuel Gómez Moreno, Elías Tormo, Francisco Layna Serrano, Emilio Meneses García Meneses o José Cepeda Adán, a lo que se unen los trabajos de José Szmolka Clares, María José Osorio Pérez, Juan María de la Obra Sierra y Amparo Moreno Trujillo, se trata de un grueso corpus epistolar formado por las cartas y documentos que proceden de su despacho en el periodo comprendido entre 1504 y 1515. Se conserva en varios manuscritos repartidos por la Biblioteca Nacional de Madrid y el Archivo Histórico Nacional, aunque la intensa labor de transcripción y estudio que han llevado a cabo algunos de los especialistas que se han mencionado anteriormente, permite conocer una obra que se considera básica […]

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